Abstract

Si consideramos el gesto no sólo como la herramienta más connatural que el Ser humano posee, más como la entidad que opera en ese espacio liminal, en ese intersticio, entredós, umbral, límite... entre la caverna interior del Ser y el mundo exterior; y si el umbral, como apreciase Gastón Bachelard, es el lugar de la emanación poética, ¿qué matiz adquiere entonces una aproximación teórica en torno al gesto para vincularlo a la práctica artística? Reflexionar partiendo de esta premisa es ya un firme propósito por indagar en aquello de esencial que subyace en toda práctica artística, y que no es más que el trascendental diálogo entre el yo y la materia. Pero además, reflexionar en torno a ello, hoy, parece que se haya convertido en algo urgente. En un rescate urgente de los “puros gestos” que la sociedad, y por tanto el individuo, están perdiendo. Algo que ya notaron y trataron de recuperar en el efervescente pasado siglo XX figuras como Adorno, Horkheimer o Agamben en el s. XXI. Hoy día, la implantación de nuevas tecnologías basadas en la Inteligencia Artificial que van colonizando cada estrato de nuestra individualidad, y con ella del corpus social de la humanidad, está trastocando y transformando no sólo los valores cognitivos que tradicionalmente han fundado lo humano, sino sus gestos más puros. Debemos ocuparnos de mantener activos los vínculos sensibles entre sujeto y materia focalizados en las formas sensibles del arte, para no perder, esta vez sí, lo más preciado del Ser humano: su gesto háptico y poíētico.